miércoles, 11 de abril de 2018

«Recuerdos de cuando éramos felices sin saberlo»


Hace unos días me apareció un recuerdo en Facebook de cuando fui a un primer día de clases, pero por trabajo. Al verlo recordé de inmediato a todas las niñas que vi llegar, abrazarse y gritar de emoción al verse después de poco más de dos meses de vacaciones.

Me quedé con la idea de los más de dos meses de vacaciones y caí en cuenta de que, en mis tiempos, las vacaciones duraban tres meses completos en los colegios particulares y cuatro, en los nacionales. Mi etapa escolar fue muy divertida y especial y la viví en dos colegios.

Mi colegio de primaria fue el Americano Miraflores, que funcionó en una casona ubicada en toda la esquina del cruce de la Av. Arequipa con Av. Angamos. Cada vez que paso por ahí y la veo me invade una nostalgia enorme al ver cómo se está cayendo a pedazos. Y, en mi etapa de secundaria, estudié en el Gertrude Hanks, que funcionaba, también, en una casona, pero ubicada frente a la Clínica Stella Maris, en Pueblo Libre (hoy ya el local es parte de una universidad).

En el Americano estudié desde kinder, antes de empezar la primaria. Como quedaba lejos de mi casa, pasé todos mis años yendo al colegio en movilidad escolar y era, siempre, la segunda que recogían en ruta y la penúltima que dejaban en casa.

Mi colegio de primaria era enorme en tamaño y ¡hasta teníamos casilleros! Eso era algo bien chévere porque en ese entonces no era lo más común y ayudaba a tener rutinas diferentes como llevar menos peso en las mochilas a diario, por ejemplo. Lo que no era nada chévere con esto era que, por no leer el cuaderno de control, te olvidaras los cuadernos y libros en el casillero, no los llevaras a casa para hacer la tarea y tuvieses que correr a primera hora a copiar todo de la mejor amiga. ¡Uf! ¡Cuántas veces me pasó y la hice! (¿O me van a decir que nunca lo hicieron?).

Además de todo eso, el cole tenía una biblioteca grande, como cinco patios (creo) y había de dos a tres secciones por grado. Una gran cantidad de alumnos en total. Ahí se conmemoraba muchas fechas especiales, se hacían olimpiadas, se practicaba mucho deporte y se hacían muchas, muchísimas actuaciones.
Especialmente en las olimpiadas nos dividían por equipos y yo siempre pertenecí al denominado equipo “Einstein” que era color “Yellow” (ya saben, era colegio “americano”). No participaba mucho en los deportes pero en las actuaciones y bailes, sí. ¡En todas y todos, siempre!

Mi mejor amiga en el Americano fue Desireé o Ye Ye, como le digo yo hasta hoy. Ella fue la que hizo la primera fiesta con luces de mi historia y ¡en una discoteca! Luces y discoteca en esos tiempos era como “¡WOW!” porque, además, estábamos ¡en 4to grado de primaria! (doble ¡WOW! solo por eso).

La familia de Ye Ye era socia del club Lawn Tennis y, aquella vez, su mamá alquiló la discoteca para celebrar su cumpleaños. Fue un tremendo tonazo, de 4 p. m. a 9 p. m. Un tonazo de aquellos en el que bailamos todas las canciones de Ace of Base, la famosa “Macarena”, “El baile del perrito” y coronaba la mejor parte de la fiesta cuando ponían la balada de la noche y el chico que te gustaba era justo el que te sacaba a bailar. ¡Qué paja que era eso, en serio! 

Con mi querida Ye Ye pasé todas las vacaciones de mi etapa de primaria en el Lawn Tennis y también en el Club Arequipa, porque éramos tan, tan, tan traviesas que solo por una reja que los conectaba nos pasábamos de uno a otro, siempre. El vigilante ya nos conocía y nos dejaba entrar sin problema. Y otras veces, cuando no estábamos en el club, íbamos caminando hasta Lau Chun para distraernos viendo y comprando stickers.

En mis clases de primaria yo tenía un “grupito”. Por ser alta y por hacer la chacota, me sentaba siempre atrás con María Cristina Cano, Karla Espinoza, Desireé Raposo de Oliveira, Miguel Saba, Carlos Paredes, Jessica Cabrera, Beatriz Lescano, Eittel Ramos, Giancarlo Valencia y por ahí creo que me olvido de alguien más. Como sea, siempre uno de ellos era “mi víctima”.
¿Qué por qué digo esto? Porque como desde aquel entonces yo no veía de lejos definitivamente de uno de ellos tenía siempre que copiar lo que “la Miss” escribía en la pizarra. 

Pero así como recuerdo claramente lo bonito y anecdótico de esa época, también recuerdo lo no tan bonito. Todos los lunes eran, para mí, un completo suplicio por la formación de las mañanas. Esta duraba demasiado tiempo según mi percepción. No sé cuánto exactamente era esto porque, cuando eres pequeño, un año parece la primaria entera y, cuando eres adulto, parece solo un mes.

El tema con esto es que casi todos los lunes me desmayaba. Me bajaba la presión, me daba vértigo y me desvanecía. A veces lograba avisar pero, otras, me desmayaba y ya los que estaban a mi alrededor se daban cuenta por obvias razones. Y esto no solo me sucedía en la formación, sino también en el mercado, en la playa o en cualquier lugar donde hubiera demasiado sol, donde me sintiera demasiado aburrida o las dos cosas a la vez. Recuerdo muy claramente que en el ensayo para mi Primera Comunión me quedé arrodillada y cuando desperté estaba en el despacho de la parroquia siendo atendida por una señora que me hacía reiki.

Nunca supe a ciencia cierta por qué sucedía esto pero debo confesar que, hasta hoy, ya de adulta, me sucede, incluso cuando siento un dolor muy intenso, cuando me cuentan algo muy fuerte o algo que me impacta emocionalmente. 

Como estas podría contar muchísimas anécdotas y ocurrencias más. En definitiva, para mi ¡la primaria fue lo máximo! Pero, acabándola, me llegó un momento difícil, un momento en el que sentí que se me derrumbaba todo: a mi mamá —que fue y sigue siendo padre y madre para mí— no le alcanzaba más el dinero y no podía continuar pagando el colegio, por lo que decidió  cambiarme a uno más económico.

Realmente el cambio me chocó muchísimo porque, aparte de "perder" a mis amigos de media vida, mi nuevo colegio era muy diferente a lo que yo estaba ya acostumbrada. El local era pequeño, apenas tenía un solo patio, media biblioteca, una sección por grado, 2 baños (¡y que eran individuales!). Carecía de muchísimas comodidades en comparación con el Americano.

Sin duda, el cambio fue muy, muy difícil. Hasta ahora recuerdo esas emociones. Todos los días al levantarme le pedía a mi mamá que por favor me llevara a mi anterior colegio porque ese no me gustaba. Pensaba que esa sensación nunca iba a cambiar pero, felizmente —y contrario a lo que esperaba— no duró mucho.
Llegué a mi primer día de clases y decidí sentarme adelante. Como era nueva, llegué utilizando mis lentes de medida, sin ningún roche, para así no verme en la incomodidad de tener que copiar de alguien que no conocía.
Sabía bien que atrás estaba la diversión, pero ¿con quién me iba a divertir si no conocía a nadie? Para mi suerte, ahí adelante, en la carpeta compartida, encontré a mi primera amiga en el nuevo colegio: Silvia Salcedo, alias "Lili" (apodo que le puse años después por “liliputiense” ya que era recontra chatita). Ella era nueva también y no pudo haberme pasado nada mejor para ese inicio que juntarme con alguien que pasaba lo mismo que yo. Nos entendimos súper bien y luego, al poco tiempo, me hice amiga de Carla y Milagros, dos chicas que ya estudiaban en el colegio desde la primaria, juntas. A partir de ahí las cuatro andábamos de arriba a abajo juntas para las clases, los trabajos grupales, los paseos y demás, por lo que terminamos siendo conocidas en chacota en el salón como "el grupito", hasta que acabamos el colegio (hasta hoy nos vacilan así nuestras amigas de la promoción y es el nombre que le hemos puesto a nuestro grupo de chat en Whatsapp, porque no había nada que nos representara mejor).

A Carla y Milagros aún las veo, pero a Silvia ya no la veo más. Terminando el colegio solo nos volvimos a ver una vez más porque luego ella se fue a vivir a E.E.U.U y, estando allá, Dios decidió convertirla en un ángel más para nosotras, el ángel de la guarda del “grupito”. Cada 02 de junio —fecha de su cumpleaños— la recuerdo con el corazón, así como cuando escucho la canción “Don´t speak” de No Doubt, una de nuestras favoritas juntas.

En el Gertrude Hanks las promociones se dividían por nombres de colores y… ¡adivinen qué! Mi promoción era “Amarilla”, tal como la "Yellow" del Americano. ¿Casualidad? ¿Chiste? ¿Brujería? … ¡No lo sé!, pero así fue.

Los salones tenían poquísimos alumnos (al menos para lo que yo estaba acostumbrada a ver, la diferencia era muy notoria). Cuando ingresé al colegio, mi sección tenía 28 alumnos y llegamos a 5to de secundaria siendo solo 13. Éramos de los grupos más revoltosos de la secundaria (a pesar de ser los menos numerosos), tanto así que, en 3ero de secundaria, hicimos que una profesora de inglés renunciara al colegio porque no podía más con nosotros. Sus clases eran un laberinto con esos “diablos” adentro, ¡ja ja ja! En verdad, nos ganaba la travesura y la inquietud, pero jamás la mala onda. Éramos buenos en el fondo pero, en medio de la adolescencia, un poquito difíciles de controlar (solo a veces, créanme…).

Estando ahí, los lunes dejaron de ser el eterno suplicio de la primaria y se convirtieron en días divertidos y sin ningún desmayo más, sobre todo en 5to de secundaria que me tocó ser parte de la escolta. Para mí era una total diversión: primero, porque todos debíamos lograr sincronizar las piernas en los pasos marciales y luego, porque estar parada frente a todo el colegio en medio de la formación sin poderte rascar ni una oreja, se convertía en todo un reto para mi atención que me generaba distracción y cero aburrimiento.

Sin duda, el Gertrude Hanks no tendría todas las comodidades que mi anterior colegio tenía, pero sí tenía ¡talleres y juegos florales! Y a mí eso me encantaba, ¡me fascinaba! Desde que llegué siempre participaba en todo lo relacionado a arte, manualidades y folclore y de esas experiencias tengo un sinfín de anécdotas, historias, chistes y demá. ¡Posiblemente jamás acabaría de contar tanto!

Por ejemplo, recuerdo que en 4to o 5to de secundaria tuvimos un concurso de baile, algo relacionado con gimnasia si mal no me equivoco. El grupo de baile del salón (que estaba casi siempre conformado por las mismas chicas) contrató un profesor para elaborar la coreografía que quedó súper bacán. Pero, al final de la canción, nos sobraba un poco de tiempo y decidimos repetir la última rutina de pasos para completar la secuencia. Todas eligieron hacerla tal cual para no complicar pero yo, por querer “innovar” y ya que iba adelante en el grupo, propuse empezar por el lado opuesto para variarla y hacer que se vea “más bonita”.

Llegó el momento de la presentación, empezó la canción, íbamos súper bien con la coreografía, mil veces más coordinadas que en la escolta hasta que ¡pum!: llega la parte “de la izquierda”, que era la que yo había propuesto. A la mitad de la secuencia me confundí y me quedé paralizada en medio del tabladillo (¡sí, yo, la promotora!). Fiorella –la más loca de toda la promoción— no aguantó la risa y, en medio del escenario, reventó carcajadas, escondiéndose detrás del parlante enorme que botaba el sonido en el patio, mientras que las demás se miraban y se reían sin parar. Ya ni recuerdo cómo, pero seguimos haciendo "algo" hasta terminar.
Fuera del roche, eso fue un real mate de risa, así como cuando en unos Juegos Florales bailamos una danza cusqueña y a Lourdes se le desató la pollera o como cuando Lyla, en otro concurso, cantando su canción elegida de Laura Pausini, se olvidó la letra y tuvo que empezar de nuevo.

Por todo esto y muchísimo más, sin duda alguna —y contra lo que hubiese creído al inicio—, en el Gertrude Hanks pasé la mejor época de toda mi etapa escolar. Pero, juntando todo, ¡qué tremenda experiencia fue para mí la del colegio! Podría contar millones de anécdotas de esos 11 años y aún así me quedaría más y más por deshojar.

Siempre se dice que todo tiempo pasado fue mejor. No puedo decir que eso sea una verdad universal pero lo que sí sé es que, durante mi etapa escolar, tuve algo que ahora siendo grandes buscamos, perseguimos, cuestionamos y nos desesperamos —a veces— por no ver: FELICIDAD.

Definitivamente, para cada quien, cada etapa y recuerdo es diferente pero, desde lo que yo siento con esto, quiero cerrar este extenso post (¡el más largo que he escrito hasta ahora!) recomendándoles algo: cuando sientan que lo que viven en el presente los abruma, dense un tiempo para dejar la mente volar y volver a esos momentos y lugares donde se sintieron auténticamente felices, así hayan sido por años o por unas horas nada más. Recobrar esas sensaciones y emociones y sentir de nuevo eso que un día los hizo felices solo les hará RECORDAR que, si un día fue posible, mañana también puede serlo. 

Halloween 1992.
Colegio Americano Miraflores

Noche de graduación 1999.
Colegio Gertrude Hanks