Fue
en diciembre de 1999 que tomé la primera decisión que me duraría toda la
vida.
Tenía
16 años, terminaba recién el colegio y decidí hacerme mi primer tatuaje. Lo quería
ya desde hacía un buen tiempo atrás, por lo que hasta el diseño tenía elegido: la
figura de un sol y una luna unidos, sin mayor significado especial, tan solo por
mi gusto, el que fue más que suficiente porque hoy, después de varios años con
él, me sigue encantando.
Para
hacerlo realidad decidí contarle a mi mamá que quería tatuarme. Tenía miedo,
sí, porque pensé que me lo negaría casi sin pensarlo, como la mayoría de los
padres a sus hijos de esa edad. Pero no me quedaba otra opción ya que solo con
mis propinas no iba a poder pagarlo.
Y,
sin imaginar que sería tan fácil, me llevé tremenda sorpresa cuando a la
primera me dijo que sí podía hacérmelo y que incluso me acompañaría porque ella
también quería tatuarse (algo que hasta hoy no ha hecho).
Desde
eso hasta hoy han pasado ya «algunos» años (19 para ser exacta, así que ¡saquen
su cuenta!), años en los que pensé muchas veces que quería volver a hacerlo. Y
hace un par de semanas esto dejó de ser una mera idea y se hizo nuevamente realidad,
con mi segundo tatuaje ya en el cuerpo.
Esta
vez elegir el nuevo diseño sí fue toda una odisea. Le di muchas vueltas a lo
que quería, mi indecisión era enorme. Felizmente tuve ayuda para diseñarlo y
solo puedo decir que el resultado final ha sido ESPECTACULAR.
Mi
nuevo arte ocupa casi todo el largo central de mi espalda. Y pues sí, sí dolió,
no voy a negarlo. No tanto en la parte baja del diseño como en la superior, en
la que tengo una flor de loto maravillosa en detalle, pero que me hizo
pedir descanso al menos dos veces mientras estaba siendo pacientemente dibujada.
Aún
con todo y eso, simplemente ¡amo mi tatuaje! Ni siquiera me imaginaba que
quedaría así y estoy más que encantada.
Yo
postergué esta decisión por años pero, si hoy pudiera hacer una reflexión al
respecto, solo podría decir que si tú eres alguien que también tiene tiempo
esperando por hacerse un tatuaje, ya sea por indecisión, miedo o lo que sea, lo
superes ya y vayas por él. El tiempo seguirá pasando, mientras eso suceda
seguirás teniendo miedo y, finalmente, nunca harás lo que tanto quisiste. La
sensación de ver una obra de arte en tu propio cuerpo es indescriptible.
No
debe haber miedo, complejo o prejuicio que te aleje de lo que tanto quieres
lucir, sentir y tener en tu cuerpo, que es tu propio templo. Tú lo cuidas, lo
presentas y lo adornas como mejor consideres. Lamentablemente, en estos tiempos
aún hay muchas personas que tienden a etiquetar y hasta «satanizar» a quienes
optan por tatuarse, calificando en negativo sus vidas por ello (sí, aunque te
parezca increíble, aún existen de esos). Yo podría casi asegurar que muchos de
los que podemos ser «satanizados» por este simple detalle somos todo lo opuesto
a lo que prejuiciosamente piensan.
Sigo
y seguiré sin arrepentirme. Fue otra muy buena decisión para siempre.