miércoles, 20 de septiembre de 2017

«Hubiera»

Ayer por la mañana iba camino a unas reuniones y felizmente logré coger un asiento vacío en el bus. Lo malo fue que olvidé mis audífonos y, cuando eso sucede, mi cabeza trabaja a mil y genera muchas ideas o se pone analítica en algunos temas.
Y, ¿adivinan qué pasó esta vez? Pues ¡me puse analítica!

Entonces, durante ese viaje, sin audífonos y mucho tiempo libre, empecé a pensar en «qué hubiera pasado» si yo no hubiera tomado ciertas decisiones “incorrectas” o, simplemente, si «hubiera» tomado decisiones diferentes.

El famoso —y a veces odiado— «hubiera» se hizo presente. Ese «hubiera» que hace tres años vengo intentando apartar de mi vocabulario y que, francamente —y según lo que pienso—, no debería existir en el diccionario.
Las cosas suceden ¡y ya! Hay que pensar antes de hacer, sí, pero, una vez que se hace, no hay marcha atrás. ¡No hay! El tiempo no se puede retroceder, señores. Por lo tanto, ese «hubiera» está demás.

Siempre he creído y sigo creyendo firmemente que se obtiene más aprendizaje de los desaciertos que de los aciertos. Por lo tanto, no deberíamos querer cambiar nada de lo que ocurrió. Somos quienes somos gracias a ese aprendizaje y sin él, jamás hubiésemos obtenido el equipaje de sabiduría que hoy tenemos. (Porque ¡sí!, todos somos SABIOS desde nuestra propia experiencia y cada cosa que hemos vivido nos permite compartir y expandir la experiencia para generar más consciencia a mayor o menor escala. Eso, sin duda.)

Sin embargo, ayer que el «hubiera» se apoderó de mis pensamientos, le di rienda suelta y con él saltaron a mi mente varios temas que, según yo, hubiera preferido o querido hacer de tal o cual manera en algún momento de mi vida:

* Hubiera querido ser bailarina de ballet pero, cuando eres niña, no toman muy en cuenta tus preferencias y, lamentablemente, el ballet es un arte que se debe practicar desde muy pequeños.
(Aunque igual, nunca es TAN tarde para nada, ¿no? ¡Quién sabe!)

* Hubiera preferido no casarme y, mejor, convivir hasta estar segura de la decisión. Convivir siempre fue la idea que tuve en mente y hasta ahora no sé por qué cambié de opinión.

* Hubiera preferido endeudarme en el año 2003 para adquirir mi cámara fotográfica que en el año 2014, que fue cuando realmente lo hice. Pasaron once largos años para tomar la decisión de empezar algo que anhelaba muchísimo, desde hace mucho tiempo: ser fotógrafa.

* Hubiera preferido dedicarme al arte y hacer todo lo que me encantaba hacer desde niña, como dibujar, pintar, hacer esculturas, practicar teatro, estudiar canto, baile ¡y más, más, más! Todo lo que el arte conlleva y que siempre me apasionó (y apasiona hasta hoy).

* Hubiera preferido hacer mis prácticas preprofesionales en el extranjero y, quizás así, el «bicho viajero» me picaba antes y ya no volvía a mi país.

* Hubiera querido entender las matemáticas y no tener que jalar el curso, todos los años, desde 4to de primaria. (¡En serio lo hubiese querido, aunque mis amigas de colegio no crean esto cuando lo lean!)


* Hubiera querido darle más propina a mi abuelo, a mi «papá», como yo lo llamaba. ¿Propina? ¡Sí!. Así como lo leen.

Mi abuelo cobraba su pensión y se la entregaba ¡TODA! a mi abuela. Ella administraba el dinero y le daba a él una pequeña parte pero, igual, siempre pedía propina. ¡Jajaja! Curioso, ¿no? Y, cuando yo ya trabajaba, a veces le daba algo pero me hubiera gustado haberle dado un poco más. A él le encantaba salir a todo tipo de compromisos y ahí, pues, la propina era bien gastada. (Todo lo que se invierta en diversión, vale.)

* Hubiera querido decirle a mi tío Mario que él era un héroe para mí. Él era un tipo «McGyver» que todo solucionaba y todo arreglaba porque todo lo sabía. Él generó una inmensa curiosidad en mí cuando viajó a Suiza, un país que me sonaba tan lejano e inalcanzable. Un país que voy a conocer porque lo escuché siempre de él muchas veces y voy a ir a recorrer las calles que él recorrió, porque siempre me lo contó. Hubiera querido también que él fuera mi padrino de bautizo pero, cuando niños, no decidimos. 

Y seguro que si no me tocaba ya bajarme del bus, esta lista de «hubieras» se hubiera —valga la redundancia— convertido en un rollo casi infinito.

Finalmente dejé mi viaje y empecé a caminar hacia mi primera reunión. Y mientras llegaba a ella, y por el resto del día, me quedé con la idea más que clara que NINGUNO de mis «HUBIERA» significan ni significarán jamás un «ME ARREPIENTO». Todos son —y serán, porque vendrán muchísimos más sin duda— simplemente el aprendizaje de que pude haber hecho mejor o diferente algunas cosas. Y como la vida siempre da «segundos tiempos», siempre habrá oportunidad para enmendar, ¿no?

Imagino que ustedes también tienen una lista de «hubiera» casi infinita como la mía y si no la tienen en mente, en serio los invito a hacerla. Es reconfortante. Es alucinante el poder de introspección que un ejercicio tan simple como este puede darte. Es hasta terapéutico navegar en el mar de emociones inesperadas que te genera, aunque algunas de ellas te muevan un tanto más el corazón (siempre es bueno flotar en los que sentimos, de cuando en cuando). Finalmente, como jugando, caes en un proceso de autoaprendizaje que te hace levantarte con más claridad, con más brillo y hasta más motivación para muchas cosas. (Sino, ¿cómo creen que tomé papel y lapicero apenas llegué a casa y decidí volver a escribir en el blog después de postergarlo por semanas, de semanas de semanas, de semanas casi eternas?)

Y, en la misma onda y como para no perder la costumbre, ahora mismo que están ya leyendo esto, créanme que por mi mente hay un nuevo «hubiera» latente, porque «hubiera» preferido empezar a escribir esta reflexión a las 7 p.m. y no a las 11 p.m., para ahora mismo no andar cual zombie anhelando mi cama caliente.




miércoles, 14 de junio de 2017

«Un paraíso llamado Huancaya»

Hace un año que no iba a mis acostumbradas salidas trekkeras.
¡No sé cómo puede haber pasado tanto tiempo! Y es que entre el trabajo, el dinero y las distintas responsabilidades, el tiempo se nos pasa.

La primera vez que fui a una excursión fotográfica fue en el 2014, unos meses después de haberme separado. Necesitaba recargar energías y limpiar el alma. Fui sola, me sentía sola, no conocía a nadie del grupo, fui a la aventura y tenía un poco de miedo, pero lo hice. Finalmente fue genial y conseguí muchos amigos que hasta hoy conservo y seguimos saliendo de excursión.
Esta vez también tenía ganas de recargar energías y limpiar el alma. Pero, sobre todo, ¡de ESCAPAR!. Escapar de la rutina, del estrés, de la vida, de todo.

He vuelto recargada, renovada y, lo mejor de todo, con nuevas ideas. Solo debo ordenarlas un poquito y seguro que pronto les contaré algunas de ellas por acá.

Pero, bueno, mejor paso a contarles de mi aventura esperando los anime a vivirla también.
Créanme: VALE LA PENA.

Esta vez me fui a Huancaya, a la Reserva Paisajística de Nor-Yauyos Cochas. Está a 8 horas de Lima, pertenece a la provincia de Yauyos y está ubicada a 3554 m. s. n. m.


Si vas en auto particular puedes ir por la Panamericana Sur hacia Cañete, luego ir por el camino a Lunahuaná y pasar por los poblados de Pacarán, Zúñiga, Catahuasi, Magdalena, Tinco Alis y Vitis hasta llegar a Huancaya.
Si vas en bus recomiendo tomar uno hasta Cañete, los precios están entre 10 a 15 soles. Luego tomar una cúster que va a Imperial por 1 sol, bajar en el Jr.Atahualpa. Después abordar los buses con dirección a Yauyos que están 20 soles aproximadamente, finalmente tomar los buses a Huancaya que tienen un precio de 10 soles. También hay empresas de transportes que van directo desde Imperial Cañete a Huancaya, el precio está entre 40 y 50 soles.

Es recomendable salir de Lima de noche para llegar a tomar un desayuno ligero mientras se logra la aclimatación a la altura. Si saben que esta les genera malestar, lo recomendable será tomar medicina para el soroche dos días antes del viaje. 

La distancia a recorrer hasta Huancaya es de 320 kilómetros. Es una ciudad pequeña, hermosa y, sobre todo, acogedora. Las caídas de agua que la adornan son maravillosas. En el día podrán encontrar un sol increíble pero por la tarde-noche hace mucho frío, así que es mejor ir preparados.

Pueden empezar el recorrido por los alrededores de la zona en los que se toparán con muchas cascadas y el puente colgante. El maravilloso paisaje permite tomar bellísimas fotos. 

Recomiendo, también, que den un paseo en la laguna Huallhua y almuercen al pie de ella disfrutando de una sabrosísima trucha de la zona. En Huancaya pueden elegir quedarse en algún hospedaje —son bastante accesibles respecto al precio— o acampar al lado de las cascadas. 



Al día siguiente, y ya más aclimatados, una buena recomendación es que se den una vuelta por el mirador Cantagallo para aprovechar la gran la vista de todas las cascadas de la zona que permite desde lo alto.



Ya de retorno a Lima es básico hacer una parada en la laguna Piquecocha. Con toda sinceridad les puedo decir que este es un paso ¡imperdible! Sus colores y la paz que emana del lugar son increíbles. Aquí también pueden disfrutar de relajantes paseos en bote y tomar muchas fotos desde su hermoso muelle. 


Siguiendo de bajada, la parada en Lunahuaná es imprescindible para almorzar unos deliciosos camarones o una típica sopa seca sureña.

Y esa fue mi ruta de aventura por Huancaya. Visitarla me recordó cuán insignificantes somos ante tanta grandeza y que Perú es, sin duda alguna, un país privilegiadamente hermoso por su espectáculo natural sin par. 

Disfrutémoslo.


miércoles, 1 de febrero de 2017

«La felicidad es real cuando es compartida»

Florencia, sábado 7 de enero de 2017



¡El jueves llegué a Florencia y me acordé de ti!
(Carta a mi mejor amigo).

Mi amiga y yo estuvimos hospedadas en un hostel y nos tocó compartir habitación con Doménico, un napolitano. Conversamos mucho, congeniamos y nos dijo que su amiga Katia iría a verlo. Ella vive allí, en Florencia. Cuando llegó al hostel, Doménico sacó una bolsa llena de quesos mozarella napolitanos, ¡il vero!. ¡Mamma mia, una deliciaaaaaaa!. ¡Se come como manzana y por dentro es jugosísimo! 

Katia nos hizo un tour por la ciudad y luego decidió llevarnos al punto más alto de Florencia (perdón, a uno de los más altos), pero haciendo carrera. Nadie se opuso. Corrimos al lado de todo el río como niños y fue la primera vez que sentí calor en todo el viaje. Desde arriba vimos toda la ciudad bella, imponente e ¡increíble! Al volver al centro, se unió a nosotros una amiga de Katia, una valenciana llamada Alicia. Caminamos por las calles, compramos vasitos de vino para cada uno, seguimos caminando. Doménico nos enseñaba jergas italianas y nosotras a él, las peruanas. Íbamos escuchando música del celular de Katia y, en eso, pone reggaetón. Fue entonces cuando ella, Doménico y yo comenzamos a cantar y saltar en la calle. ¡Fue demasiado divertido!.

Ayer, Doménico regresó a su hogar y nos quedamos las cuatro chicas. Alicia nos invitó a su casa, cocinó espaguetti al pesto y al pomodoro (verde y rojo), menestrón y tiramisú. Tomamos vino y café espresso. Todo estuvo de lujo y fue, sin duda, lo más rico que comí en todo el viaje.

Hoy desayunamos y almorzamos con Alicia. Nos hizo compañía hasta que partió nuestro tren con destino a Roma. 
Florencia fue tanto para mí que no sé por qué estoy llorando en el tren. Llorando como una niña a la que le quitan su juguete favorito y le falta el aire. Florencia fue especial, pero más Alicia, por cómo fue con nosotras y por cómo nos hizo sentir.

En realidad, te escribía para contarte que en la amistad de Katia y Doménico vi tanta complicidad, tanto cariño, tanta hermandad, tanto de todo, que nos vi a nosotros. Ellos también son amigos desde pequeños. Además, me sentí con todos ellos como se deben haberse sentido Coté y Silvia con nosotros aquel día en que fuimos sus anfitriones en Lima. Sin querer queriendo me extendí un poquito, pero también quería contarte lo que fue, hasta hoy, mi mejor experiencia.

Florencia es hermosa y dolió partir.