Hace unos días me apareció un recuerdo
en Facebook de cuando fui a un primer día de clases, pero por trabajo. Al verlo
recordé de inmediato a todas las niñas que vi llegar, abrazarse y gritar de
emoción al verse después de poco más de dos meses de vacaciones.
Me quedé con la idea de los más de dos
meses de vacaciones y caí en cuenta de que, en mis tiempos, las vacaciones
duraban tres meses completos en los colegios particulares y cuatro, en los
nacionales. Mi etapa escolar fue muy divertida y especial y la viví en dos
colegios.
Mi colegio de primaria fue el Americano
Miraflores, que funcionó en una casona ubicada en toda la esquina del cruce de la
Av. Arequipa con Av. Angamos. Cada vez que paso por ahí y la veo me invade una
nostalgia enorme al ver cómo se está cayendo a pedazos. Y, en mi etapa de
secundaria, estudié en el Gertrude Hanks, que funcionaba, también, en una
casona, pero ubicada frente a la Clínica Stella Maris, en Pueblo Libre (hoy ya
el local es parte de una universidad).
En el Americano estudié desde kinder,
antes de empezar la primaria. Como quedaba lejos de mi casa, pasé todos mis
años yendo al colegio en movilidad escolar y era, siempre, la segunda que recogían
en ruta y la penúltima que dejaban en casa.
Mi
colegio de primaria era enorme en tamaño y ¡hasta teníamos casilleros! Eso era
algo bien chévere porque en ese entonces no era lo más común y ayudaba a tener
rutinas diferentes como llevar menos peso en las mochilas a diario, por ejemplo.
Lo que no era nada chévere con esto era que, por no leer el cuaderno de
control, te olvidaras los cuadernos y libros en el casillero, no los llevaras a
casa para hacer la tarea y tuvieses que correr a primera hora a copiar todo de
la mejor amiga. ¡Uf! ¡Cuántas veces me pasó y la hice! (¿O me van a decir que
nunca lo hicieron?).
Además
de todo eso, el cole tenía una biblioteca grande, como cinco patios (creo) y
había de dos a tres secciones por grado. Una gran cantidad de alumnos en total.
Ahí se conmemoraba muchas fechas especiales, se hacían olimpiadas, se
practicaba mucho deporte y se hacían muchas, muchísimas actuaciones.
Especialmente
en las olimpiadas nos dividían por equipos y yo siempre pertenecí al denominado
equipo “Einstein” que era color “Yellow” (ya saben, era colegio “americano”).
No participaba mucho en los deportes pero en las actuaciones y bailes, sí. ¡En
todas y todos, siempre!
Mi mejor amiga en el Americano fue Desireé
o Ye Ye, como le digo yo hasta hoy. Ella fue la que hizo la primera fiesta con
luces de mi historia y ¡en una discoteca! Luces y discoteca en esos tiempos era
como “¡WOW!” porque, además, estábamos ¡en 4to grado de primaria! (doble ¡WOW!
solo por eso).
La
familia de Ye Ye era socia del club Lawn Tennis y, aquella vez, su mamá alquiló
la discoteca para celebrar su cumpleaños. Fue un tremendo tonazo, de 4 p. m. a 9
p. m. Un tonazo de aquellos en el que bailamos todas las canciones de Ace of
Base, la famosa “Macarena”, “El baile del perrito” y coronaba la mejor parte de
la fiesta cuando ponían la balada de la noche y el chico que te gustaba era
justo el que te sacaba a bailar. ¡Qué paja que era eso, en serio!
Con mi
querida Ye Ye pasé todas las vacaciones de mi etapa de primaria en el Lawn
Tennis y también en el Club Arequipa, porque éramos tan, tan, tan traviesas que
solo por una reja que los conectaba nos pasábamos de uno a otro, siempre. El
vigilante ya nos conocía y nos dejaba entrar sin problema. Y otras veces, cuando
no estábamos en el club, íbamos caminando hasta Lau Chun para distraernos
viendo y comprando stickers.
En mis
clases de primaria yo tenía un “grupito”. Por ser alta y por hacer la chacota,
me sentaba siempre atrás con María Cristina Cano, Karla Espinoza, Desireé
Raposo de Oliveira, Miguel Saba, Carlos Paredes, Jessica Cabrera, Beatriz
Lescano, Eittel Ramos, Giancarlo Valencia y por ahí creo que me olvido de
alguien más. Como sea, siempre uno de ellos era “mi víctima”.
¿Qué
por qué digo esto? Porque como desde aquel entonces yo no veía de lejos definitivamente
de uno de ellos tenía siempre que copiar lo que “la Miss” escribía en la pizarra.
Pero así como recuerdo claramente lo
bonito y anecdótico de esa época, también recuerdo lo no tan bonito. Todos
los lunes eran, para mí, un completo suplicio por la formación de las
mañanas. Esta duraba demasiado tiempo según mi percepción. No sé cuánto
exactamente era esto porque, cuando eres pequeño, un año parece la primaria
entera y, cuando eres adulto, parece solo un mes.
El tema con esto es que casi todos
los lunes me desmayaba. Me bajaba la presión, me daba vértigo y me
desvanecía. A veces lograba avisar pero, otras, me desmayaba y ya los que
estaban a mi alrededor se daban cuenta por obvias razones. Y esto no solo me
sucedía en la formación, sino también en el mercado, en la playa o en cualquier
lugar donde hubiera demasiado sol, donde me sintiera demasiado aburrida o las
dos cosas a la vez. Recuerdo muy claramente que en el ensayo para mi Primera
Comunión me quedé arrodillada y cuando desperté estaba en el despacho de la
parroquia siendo atendida por una señora que me hacía reiki.
Nunca supe a ciencia cierta por qué
sucedía esto pero debo confesar que, hasta hoy, ya de adulta, me sucede, incluso
cuando siento un dolor muy intenso, cuando me cuentan algo muy fuerte o algo
que me impacta emocionalmente.
Como estas podría contar muchísimas anécdotas y ocurrencias más. En
definitiva, para mi ¡la primaria fue lo máximo! Pero, acabándola, me llegó un
momento difícil, un momento en el que sentí que se me derrumbaba todo: a mi
mamá —que fue y sigue siendo padre y madre para mí— no le alcanzaba más el
dinero y no podía continuar pagando el colegio, por lo que decidió cambiarme a uno más económico.
Realmente el cambio me chocó muchísimo
porque, aparte de "perder" a mis amigos de media vida, mi nuevo
colegio era muy diferente a lo que yo estaba ya acostumbrada. El local era pequeño,
apenas tenía un solo patio, media biblioteca, una sección por grado, 2 baños (¡y
que eran individuales!). Carecía de muchísimas comodidades en comparación con
el Americano.
Sin duda, el cambio fue muy, muy difícil.
Hasta ahora recuerdo esas emociones. Todos los días al levantarme le pedía a mi
mamá que por favor me llevara a mi anterior colegio porque ese no me gustaba. Pensaba
que esa sensación nunca iba a cambiar pero, felizmente —y contrario a lo que esperaba— no duró mucho.
Llegué
a mi primer día de clases y decidí sentarme adelante. Como era nueva, llegué utilizando
mis lentes de medida, sin ningún roche, para así no verme en la incomodidad de
tener que copiar de alguien que no conocía.
Sabía bien
que atrás estaba la diversión, pero ¿con quién me iba a divertir si no conocía
a nadie? Para mi suerte, ahí adelante, en la carpeta compartida, encontré a mi
primera amiga en el nuevo colegio: Silvia Salcedo, alias "Lili"
(apodo que le puse años después por “liliputiense” ya que era recontra chatita).
Ella era nueva también y no pudo haberme pasado nada mejor para ese inicio que juntarme
con alguien que pasaba lo mismo que yo. Nos entendimos súper bien y luego, al
poco tiempo, me hice amiga de Carla y Milagros, dos chicas que ya estudiaban en
el colegio desde la primaria, juntas. A partir de ahí las cuatro andábamos de
arriba a abajo juntas para las clases, los trabajos grupales, los paseos y
demás, por lo que terminamos siendo conocidas en chacota en el salón como "el
grupito", hasta que acabamos el colegio (hasta hoy nos vacilan así
nuestras amigas de la promoción y es el nombre que le hemos puesto a nuestro
grupo de chat en Whatsapp, porque no había nada que nos representara mejor).
A Carla y Milagros aún las veo, pero a Silvia
ya no la veo más. Terminando el colegio solo nos volvimos a ver una vez más
porque luego ella se fue a vivir a E.E.U.U y, estando allá, Dios decidió
convertirla en un ángel más para nosotras, el ángel de la guarda del “grupito”.
Cada 02 de junio —fecha de su cumpleaños— la recuerdo con el corazón, así como
cuando escucho la canción “Don´t speak” de No Doubt, una de nuestras favoritas
juntas.
En el
Gertrude Hanks las promociones se dividían por nombres de colores y… ¡adivinen
qué! Mi promoción era “Amarilla”, tal como la "Yellow" del Americano.
¿Casualidad? ¿Chiste? ¿Brujería? … ¡No lo sé!, pero así fue.
Los salones tenían poquísimos alumnos
(al menos para lo que yo estaba acostumbrada a ver, la diferencia era muy
notoria). Cuando ingresé al colegio, mi sección tenía 28 alumnos y llegamos a
5to de secundaria siendo solo 13. Éramos de los grupos más revoltosos de
la secundaria (a pesar de ser los menos numerosos), tanto así que, en 3ero de
secundaria, hicimos que una profesora de inglés renunciara al colegio porque no
podía más con nosotros. Sus clases eran un laberinto con esos “diablos”
adentro, ¡ja ja ja! En verdad, nos ganaba la travesura y la inquietud, pero
jamás la mala onda. Éramos buenos en el fondo pero, en medio de la
adolescencia, un poquito difíciles de controlar (solo a veces, créanme…).
Estando ahí, los lunes dejaron de ser el
eterno suplicio de la primaria y se convirtieron en días divertidos y sin
ningún desmayo más, sobre todo en 5to de secundaria que me tocó ser parte de
la escolta. Para mí era una total diversión: primero, porque todos
debíamos lograr sincronizar las piernas en los pasos marciales y luego, porque
estar parada frente a todo el colegio en medio de la formación sin poderte
rascar ni una oreja, se convertía en todo un reto para mi atención que me
generaba distracción y cero aburrimiento.
Sin duda, el Gertrude Hanks no tendría todas
las comodidades que mi anterior colegio tenía, pero sí tenía ¡talleres y juegos
florales! Y a mí eso me encantaba, ¡me fascinaba! Desde que llegué siempre
participaba en todo lo relacionado a arte, manualidades y folclore y de esas
experiencias tengo un sinfín de anécdotas, historias, chistes y demá. ¡Posiblemente
jamás acabaría de contar tanto!
Por ejemplo, recuerdo que en 4to o 5to
de secundaria tuvimos un concurso de baile, algo relacionado con gimnasia si
mal no me equivoco. El grupo de baile del salón (que estaba casi siempre
conformado por las mismas chicas) contrató un profesor para elaborar la
coreografía que quedó súper bacán. Pero, al final de la canción, nos sobraba un
poco de tiempo y decidimos repetir la última rutina de pasos para completar la
secuencia. Todas eligieron hacerla tal cual para no complicar pero yo, por
querer “innovar” y ya que iba adelante en el grupo, propuse empezar por el lado
opuesto para variarla y hacer que se vea “más bonita”.
Llegó
el momento de la presentación, empezó la canción, íbamos súper bien con la
coreografía, mil veces más coordinadas que en la escolta hasta que ¡pum!: llega
la parte “de la izquierda”, que era la que yo había propuesto. A la mitad de la
secuencia me confundí y me quedé paralizada en medio del tabladillo (¡sí, yo,
la promotora!). Fiorella –la más loca de toda la promoción— no aguantó la risa
y, en medio del escenario, reventó carcajadas, escondiéndose detrás del
parlante enorme que botaba el sonido en el patio, mientras que las demás se
miraban y se reían sin parar. Ya ni recuerdo cómo, pero seguimos haciendo
"algo" hasta terminar.
Fuera
del roche, eso fue un real mate de risa, así como cuando en unos Juegos
Florales bailamos una danza cusqueña y a Lourdes se le desató la pollera o como
cuando Lyla, en otro concurso, cantando su canción elegida de Laura Pausini, se
olvidó la letra y tuvo que empezar de nuevo.
Por todo esto y muchísimo más, sin duda
alguna —y contra lo que hubiese creído al inicio—, en el Gertrude Hanks pasé la
mejor época de toda mi etapa escolar. Pero, juntando todo, ¡qué tremenda
experiencia fue para mí la del colegio! Podría contar millones de anécdotas de
esos 11 años y aún así me quedaría más y más por deshojar.
Siempre se dice que todo tiempo pasado
fue mejor. No puedo decir que eso sea una verdad universal pero lo que sí sé es
que, durante mi etapa escolar, tuve algo que ahora siendo grandes buscamos,
perseguimos, cuestionamos y nos desesperamos —a veces— por no ver: FELICIDAD.
Definitivamente, para cada quien, cada
etapa y recuerdo es diferente pero, desde lo que yo siento con esto, quiero
cerrar este extenso post (¡el más largo que he escrito hasta ahora!)
recomendándoles algo: cuando sientan que lo que viven en el presente los
abruma, dense un tiempo para dejar la mente volar y volver a esos momentos y
lugares donde se sintieron auténticamente felices, así hayan sido por años o
por unas horas nada más. Recobrar esas sensaciones y emociones y sentir de
nuevo eso que un día los hizo felices solo les hará RECORDAR que, si un día fue
posible, mañana también puede serlo.
Halloween 1992.
Colegio Americano Miraflores
Noche de graduación 1999.
Colegio Gertrude Hanks