miércoles, 3 de octubre de 2018

«Mis mejores decisiones para siempre»


Fue en diciembre de 1999 que tomé la primera decisión que me duraría toda la vida. 

Tenía 16 años, terminaba recién el colegio y decidí hacerme mi primer tatuaje. Lo quería ya desde hacía un buen tiempo atrás, por lo que hasta el diseño tenía elegido: la figura de un sol y una luna unidos, sin mayor significado especial, tan solo por mi gusto, el que fue más que suficiente porque hoy, después de varios años con él, me sigue encantando.

Para hacerlo realidad decidí contarle a mi mamá que quería tatuarme. Tenía miedo, sí, porque pensé que me lo negaría casi sin pensarlo, como la mayoría de los padres a sus hijos de esa edad. Pero no me quedaba otra opción ya que solo con mis propinas no iba a poder pagarlo.
Y, sin imaginar que sería tan fácil, me llevé tremenda sorpresa cuando a la primera me dijo que sí podía hacérmelo y que incluso me acompañaría porque ella también quería tatuarse (algo que hasta hoy no ha hecho).

Desde eso hasta hoy han pasado ya «algunos» años (19 para ser exacta, así que ¡saquen su cuenta!), años en los que pensé muchas veces que quería volver a hacerlo. Y hace un par de semanas esto dejó de ser una mera idea y se hizo nuevamente realidad, con mi segundo tatuaje ya en el cuerpo.

Esta vez elegir el nuevo diseño sí fue toda una odisea. Le di muchas vueltas a lo que quería, mi indecisión era enorme. Felizmente tuve ayuda para diseñarlo y solo puedo decir que el resultado final ha sido ESPECTACULAR.

Mi nuevo arte ocupa casi todo el largo central de mi espalda. Y pues sí, sí dolió, no voy a negarlo. No tanto en la parte baja del diseño como en la superior, en la que tengo una flor de loto maravillosa en detalle, pero que me hizo pedir descanso al menos dos veces mientras estaba siendo pacientemente dibujada.

Aún con todo y eso, simplemente ¡amo mi tatuaje! Ni siquiera me imaginaba que quedaría así y estoy más que encantada.

Yo postergué esta decisión por años pero, si hoy pudiera hacer una reflexión al respecto, solo podría decir que si tú eres alguien que también tiene tiempo esperando por hacerse un tatuaje, ya sea por indecisión, miedo o lo que sea, lo superes ya y vayas por él. El tiempo seguirá pasando, mientras eso suceda seguirás teniendo miedo y, finalmente, nunca harás lo que tanto quisiste. La sensación de ver una obra de arte en tu propio cuerpo es indescriptible.

No debe haber miedo, complejo o prejuicio que te aleje de lo que tanto quieres lucir, sentir y tener en tu cuerpo, que es tu propio templo. Tú lo cuidas, lo presentas y lo adornas como mejor consideres. Lamentablemente, en estos tiempos aún hay muchas personas que tienden a etiquetar y hasta «satanizar» a quienes optan por tatuarse, calificando en negativo sus vidas por ello (sí, aunque te parezca increíble, aún existen de esos). Yo podría casi asegurar que muchos de los que podemos ser «satanizados» por este simple detalle somos todo lo opuesto a lo que prejuiciosamente piensan.

Sigo y seguiré sin arrepentirme. Fue otra muy buena decisión para siempre. 



miércoles, 12 de septiembre de 2018

«El rico norte. Otro sueño cumplido»


¿Alguna vez soñaron con ver ballenas? ¿Soñaron con nadar con tortugas? ¿Sabían que esas actividades existen? ¿Sabían que en Perú se pueden realizar? 

Yo desde que lo supe, lo soñé. Y ahora esas actividades tienen un check en mi lista de sueños por cumplir. 

Hace tiempo que venía tratando de convencer a una amiga de ir al norte a realizar estas actividades pero no me ligaba. Supongo que no era su prioridad o no le llamaba tanto la atención como a mí. Entonces, traté de convencer a otra amiga, y en cuanto le dije que había oferta en el pasaje a Talara, me dijo la palabra clave: ¡vamos!

Al norte he ido varias veces pero esta fue específicamente para ver ballenas y nadar con tortugas. Fueron 5 días espectaculares y uno de los mejores viajes que he hecho.
Nuestro vuelo fue hacia Talara, y una vez que llegamos allá, tomamos una mototaxi desde el aeropuerto hasta la Estación del bus local llamado Eppo, por S/10 (un precio bastante caro para la distancia).
Nuestro siguiente destino era Los Órganos. Allá teníamos reservado el hotel y era donde realizaríamos el avistamiento de ballenas. El pasaje costó S/6. Fue hora y media de viaje. Del centro de Órganos, hasta la playa, son 5 minutos en mototaxi, y cobran S/4. 
Finalmente llegamos a nuestro hotel: “Las Tortuguitas Bungalows”. Un hotel de tan solo 5 habitaciones, razón por la cual nuestra estadía tuvo mucha paz. Afortunadamente nos alojamos día de semana porque justo al lado hay una discoteca, e imagino que viernes y sábado la paz se ve interrumpida. Ese día llegamos de noche y lo “único” que hicimos fue contemplar la hora azul y pedir un rico delivery de pollo a la brasa. Volver a salir a la plaza, y a pagar S/4 soles por ir, más S/4 por regresar, no era una opción. Preferimos quedarnos a ver el espectáculo que nos ofrecía el paisaje. 

Al día siguiente, nuestro tour de avistamiento de ballenas empezaba a las 8 a.m. Decidimos hacerlo con la agencia Pacífico Adventures, y tanto el servicio como la embarcación estuvieron buenísimos. El tour cuesta S/130 y dura aproximadamente 2 horas. Te recogen del hotel y te llevan al muelle, que es de donde parten las embarcaciones.
Entre julio y octubre es temporada de avistamiento porque las ballenas llegan a Talara por sus aguas calientes, y esperan a que sus crías crezcan un poco, antes de volver a su hábitat.
No es tan fácil ubicarlas. Toma un tiempo, y entre todas las embarcaciones se van comunicando por si alguien las ve, para que todas se tranladen al punto.
Vimos a dos: mamá e hijo. Lo que se siente al ver que saltan, es indesriptible. Tremendo regalo de la naturaleza y mayor espectáculo. Más aún, si siempre lo soñaste. Es algo que tienen que vivir.
El tour acaba en el museo/café de la misma agencia. Museo que implementaron “gracias” a una ballena que murió varada. 
Se pueden ver, también, fotos de concursos de pesca antiguos. Hay una foto increíble de Hemingway con un pez espada inmenso. Fotos de diferentes tipos de tortugas, ballenas y tiburones. También hay restos óseos de ballena donde realmente se aprecia la inmensidad de la especie, entre muchas otras maravillas.


Luego almorzamos en uno de los tantos restaurantes qué hay en Los Órganos. Se llama “Bambú”. Los precios no son baratos pero los platos son para compartir y eso fue lo que hicimos. Compartimos un riquísimo ceviche con su rica zarandaja, y un arroz con langostinos bien cremosito.
En la tarde fuimos a la playa por un poco de vitamina C, y casi entrando la noche, fuimos al café de Pacífico Adventures por el famoso sándwich de atún ahumado que, cuando llegamos, ya se había acabado. En su reemplazo comimos unas pizzetas buenísimas hechas con ajonjolí y masa de tortilla, y un brownie con helado porque, vaya donde vaya, el postre no puede faltar, amigos mandarinos.
Al día siguiente regresamos por el sándwich, y créanme que realmente es sabrosísimo. El saborcito del atún ahumado, la ensalada que lleva aceite de ajonjolí y esa mayonesa tan ligerita, ¡ufff! Si pasan por el norte, ir por ese sándwich es obligatorio. 

Luego enrumbamos a Zorritos, porque el viaje no acababa con el tour de ballenas. Llamé a nuestro amigo Armando que nos llevó en mototaxi hasta Máncora por tan solo S/15. Y luego tomamos un colectivo hasta Zorritos por S/10 cada una. 

Llegamos a Casa Andina Zorritos y todo fue de lujo. Ese día estaba nublado y nos dijeron que así había estado toda la semana, que había llovido y que el sol no iba a salir en esos días, pero como yo soy contreras, puse mis velitas al Sr. de Muruhuay, hice mi pago a la Pachamama y me puse a bailar en un pie. Al día siguiente, ¡solazo! Pide con el corazón que se te concederá.


Todo fue espectacular: la habitación, la cama, la cena, la ducha, el desayuno, la piscina, la playa, las instalaciones y ni qué decir del servicio. ¡Un lujo!

Fueron dos mágicos días que estuvimos en el hotel. Luego, fuimos para El Alto. Ahí vive una pareja de amigos del barrio, de la chiquititud, con sus hijos. Nos abrieron las puertas de su casa -y de su corazón- para alojarnos por una noche. 
Esa noche fue totalmente diferente a cualquier otra noche en cualquier lugar del mundo. ¡Hicimos maratón de una serie koreana! 

Al día siguiente, como aún había tiempo -y un poco de monedas-, nos fuimos a Ñuro para nadar con tortugas. Otro sueño más. Era mucho más fácil ir desde Los Órganos, pero en ese momento decidimos asegurar lo que quedaba de dinero.
Colectivo hasta Ñuro por S/4 cada una, y el ingreso al muelle con acceso a nadar con las tortugas, S/10. 
Fuimos las primeras en llegar, y nuestro amigo Carlos fue súper amable. Esperó a que entráramos en confianza para bajar por esa escalera casi criminal. Nos tomó hartas fotos. Nos incentivó a perder el miedo y poder soltarnos de las barandas para nadar libremente y, obviamente, nos reímos muchísimo con él. Se supone que son 10 minutos de permanencia y estuvimos como media hora. Privilegios de ir temprano y hacerte amigo de la gente que nos presta servicios. 


Saliendo del muelle nos fuimos a la playa, que parece una piscina, y comimos un rico ceviche.
Para regresar a El Alto, tomamos colectivo hasta Los Órganos por S/3 cada una, y luego bus por S/2.50.

Y como todo en la vida, nuestro viaje llegó a su final. Antes de irnos, almorzamos un delicioso buffet marino preparado por nuestra anfitriona Jacky, y luego partimos. De El Alto a Talara, S/4 y luego mototaxi al aeropuerto por S/8. 

Y así, con mucha pena, acabó esta maravillosa aventura. Una de las mejores que he tenido hasta el momento.

Nada mejor que ir descubriendo lugares y seguir dándole vida a la vida.


miércoles, 8 de agosto de 2018

«Ayacucho inolvidable»


Después de mucho tiempo esperando por esto, hace unas semanas me tocó conocer una ciudad que tenía resaltada en mi larga lista de viaje y de la que asumía siempre su atractivo (por lo que leía, veía y escuchaba, como casi todos), pero no al nivel de lo que encontré: un derroche enorme de belleza, historia y encanto.
Mi nuevo y feliz destino fue Ayacucho.

Además de haberme llevado a un lugar que anhelé conocer durante mucho tiempo, este viaje fue más que especial para mí porque lo hice junto a una de mis amigas más queridas, Nilda, con quien después de siete años nos embarcamos en un nueva aventura, la tercera que realizamos juntas en todo el tiempo que tiene nuestra amistad.

La primera vez que tomamos un avión para divertirnos sin más fue en el 2010 que conocimos Bogotá y Cartagena de Indias y la segunda, Arequipa, allá por el 2011. Rompiendo la “maldición” de los siete años, agarramos maletas y nos embarcamos nuevamente, así que podrán imaginarse lo emocionadas que estábamos por eso. Mientras conversábamos de este viaje meses atrás, cada una daba sus opciones de destinos y no acabábamos de coincidir, hasta que mencionamos Ayacucho y caímos en cuenta de que era un lugar que ambas veníamos postergando de visitar por muchísimo tiempo. ¡Qué mejor oportunidad para conocerlo juntas!

Nuestro viaje duró cuatro días. La primera media tarde ya allá fue para aclimatarnos, algo que recomiendo totalmente para evitar complicaciones con la altura. Y ahora sé que probablemente con 3 días más podríamos haber conocido todos los atractivos turísticos más conocidos y comerciales del departamento. Ténganlo en cuenta si van a planificar unas vacaciones o minivacaciones por allá.


Para no alargarla mucho más vamos ya con la “carnecita”: el relato de esta nueva aventura.

Día 1: SÁBADO

Salimos de Lima a las 3 p. m. y aterrizamos en Ayacucho casi a las 4 p. m. Nuestras reservas de hospedaje ya estaban hechas a través de booking.com y es lo que más recomiendo por lo sencillo del proceso y porque permite analizar las opciones a través de las recomendaciones y opiniones de otros usuarios, ver fotos, ubicaciones, reservar sin pagos por adelantado y, en algunos hoteles, hasta hacer cancelaciones de reserva sin cobro adicional.

El hotel elegido por nosotras fue el Vía Vía Café 2. Está ubicado frente a una alameda muy tranquila, a seis cuadras de la plaza principal. Es un hospedaje muy bonito, cómodo, espacioso y limpio. Su personal de atención es más que amable; de verdad, lo máximo. No pudimos hacer mejor elección.
Luego de instalarnos en el hotel, lo primero que hicimos fue ir en busca de tours. Tras conocer y consultar varias opciones, nos quedamos con la que nos dio mejor atención y, obviamente, mejor precio. Adquirimos tres tours —para domingo y lunes de frente— porque queríamos asegurarnos el paseo. Todo nos costó S/ 110, con su respectiva “regateada” como buena peruana.

Cerrando eso ya casi nos dio la noche así que pasamos a buscar nuestra cena. Por la noche, las calles de Ayacucho están repletas de pollerías, pizzerías y chifas, pero ninguna opción con comida típica. Finalmente elegimos comer una pizza familiar de masa muy delgada que estuvo muy rica. Pero como la masa era realmente delgada no nos satisfizo, así que compramos una porción de pan al ajo para ir comiendo en el camino - sí, así, las más chanchas - y nos fuimos rapidísimo porque en nuestro hotel había happy hour hasta las 8 p. m. y solo quedaban diez minutos para que terminara.

Llegamos exactamente 7:59 p. m. y empezamos a hacer nuestros pedidos desde que pusimos un pie en la puerta de entrada. Nos tomamos un buen chilcano cada una y yo lo acompañé con un delicioso brownie. Luego, dos tazas de mate de coca para cerrar el día y descansar tranquilas. Gran ventaja la de nuestro hotel (una más) que cuenta con una estación de infusiones de servicio ilimitado, las 24 horas del día.  


Día 2: DOMINGO

Estuvimos despiertas, activadas y muy emocionadas desde las 6 a. m. para empezar nuestras rutas de paseo. Pasamos por el riquísimo y contundente desayuno buffet del hotel y partimos hacia la agencia porque nuestro tour empezaba 8 a. m. Nos gusta llegar con anticipación porque así tenemos opción de elegir las mejores ubicaciones en el bus.

Y así empezó el día. Nos enrumbamos en un largo y prometedor tour que contemplaba una parada para desayunar, la visita al bosque Titancayoc, Vilcashuamán, luego nueva parada para almorzar (ese día nos tocó una buena trucha frita) y, como cierre, degustación en una tienda de lácteos. Finalizamos a eso de las 7:30 p. m., ya de vuelta al hotel un poco cansadas pero felices de haber presenciado tanta belleza en paisajes (de lo mejor en Ayacucho, sin duda) que no nos cansamos de retratar y guardar en fotos y videos (por eso también corrimos al hotel, ¡nuestros celulares necesitaban carga urgente!)

Mi cena de esa noche fue un exquisito plato de alpaca saltada, acompañada de una copa de vino (sí, me hice la fina) y, de postre —infaltable, obviamente—, una porción de brownie, tal como la noche anterior. 

Sin duda alguna, lo más bello de este paseo fueron los paisajes; belleza sin comparación. Mi favorito fue el de Vilcashuamán por lo espectacular de sus colores cálidos alrededor.




Día 3: LUNES

El tour de ese día ya era más descansado. Por la mañana nos llevaron a conocer Wari y luego pasamos a un taller de artesanías en el que nos realizaron una pequeña demostración de cómo se elabora la cerámica. Ahí mismo tocaba almorzar así que esta vez decidimos hacer pedido para compartir entre las dos y armamos nuestro menú de trucha frita, puca picante —que es, básicamente, un guiso de papa aderezado con ají panca, entre otros condimentos, acompañado con chicharrón de chancho) y japchi —que es un licuado de queso fresco, muña, huacatay, cebolla, entre otras hierbas—. ¡Todo delicioso! Yo ya conocía la puca picante y el japchi porque mi exsuegra los preparaba a menudo y le salía buenazo, sobre todo el japchi. 

Acabado el almuerzo nos tocó conocer la Pampa de la Quinua, el escenario emblemático de la batalla que puso fin al dominio español en nuestro país: la batalla de Ayacucho.
Pasado eso fuimos también a la casa-museo de Joaquín López Antay, el creador de los hermosos y muy famosos retablos ayacuchanos. Luego, al mirador, a una casa de artesanías en piedra de Huamanga, a un taller de textiles y el trayecto finalizó a eso de las 7 p. m., con nosotras ya muy hambrientas, por lo que fuimos volando a buscar el siempre confiable pollito a la brasa.

Ya satisfechas, cerramos nuestro día en el lobby del hotel tomando mate de coca —como todas las noches—, reposando muy tranquilas, conversando y haciéndonos un poco de terapia (de la que siempre es necesaria entre amigas).



Día 4: MARTES

¡El día final de nuestro maravilloso viaje!

Como ya nos tocaba volver, decidimos aprovechar al máximo las horas antes de ir al aeropuerto.
Ese fue el día para ir de compras por la ciudad. Nuestra primera parada fue en el mercado de artesanos Hosaku Nagase, el que nos recomendaron por ser el que tenía mayor variedad de productos locales. Llevamos recuerditos y una que otra cosa para nosotras. Luego pasamos por el mercado principal para cerrar nuestras compras del viaje.
De todos los lugares que he visitado en Perú, Ayacucho tiene la más bella artesanía y textilería. Así que si les gusta mucho, les recomiendo que lleven un presupuesto destinado únicamente a eso.

Entre tanta caminata y shopping, caímos en cuenta de que era hora del almuerzo, así que nos fuimos a tomar nuestra última comida del viaje en nuestro cálido hotel. Esta vez, como despedida, elegí una deliciosa hamburguesa de alpaca acompañada de unos riquísimos helados artesanales de lúcuma y chocolate como postre. 
Disfrutando al máximo nuestros platillos nos quedamos conversando y haciendo sobremesa hasta que llegó a recogernos la movilidad para llevarnos al aeropuerto, cerrando así esta inolvidable experiencia. Con mucha pena y nostalgia adelantada nos despedimos de la increíblemente amable gente del hotel y dejamos tierras ayacuchanas con la firme idea de querer volver a seguir apreciándolas y disfrutándolas.

No hay duda de esto y lo firmo: Ayacucho es un lugar BELLÍSIMO y vale la pena dedicarle una buena cantidad de días para conocerlo y apreciarlo, contrario a lo que muchos dicen. Espero que, si aún no conocen, puedan estar ahí pronto. Sé que no se arrepentirán.

Mientras eso pasa, yo seguiré andando y conociendo rinconcitos del Perú y el mundo para generar más recuerdos hermosos y compartirlos con ustedes.


martes, 26 de junio de 2018

«Cusco de mis amores»


En abril viajé con mi amiga Patty a Cusco. Es la tercera vez que voy. Las anteriores fueron en los meses de septiembre y julio. Sin duda alguna, abril es un buen mes ya que no hace mucho frío y tampoco llueve tanto.
A pesar de haber ido tres veces, sigue habiendo infinidad de lugares que no conozco, así que seguiré yendo porque además, Cusco es de los destinos que no te aburren jamás. También he pensando que mi próximo viaje debería durar 15 días. ¡Quiero conocerlo todo! No sé si me alcance el tiempo pero al menos regresaré bien recargada de energía.

Quiero compartir con ustedes lo que hice en los 4 días que estuve ahí, por si también les toca un viaje cortito pero relajante.

Día 1: Jueves por la noche.
Lo primero que hicimos, después de dejar las maletas en el hotel, fue ir a cenar. Queríamos algo ligero por ser la primera noche, pero nuestro intento fracasó y caímos en Trattoria Adriano. Un lugar pequeño y acogedor. Nada elegante pero ¡la comida es buenísima!
Pedí una crema de champiñones y fettucinis a los 4 quesos. Pensé que no acabaría -porque nunca como entrada-, pero de solo pensar que me iba a arrepentir por no acabar, acabé.
Luego fuimos a pasear por la plaza y nos encontramos con un colorido ensayo de bailes típicos. Nos acercamos y nos contaron que al día siguiente tenían una gran ceremonia.

Día 2: Viernes.
Despertamos temprano porque queríamos hacer un tour a algún lugar que ninguna conociera, pero tuvimos que cambiar los planes por completo. Para casi todos los tours o visitas por cuenta propia, es imprescindible comprar un cartón que tiene entradas a varios sitios arqueológicos. Con el de S/70 tienes acceso a muchos lugares donde, así llegues por tu cuenta, igual te lo pedirán. Nosotras compramos el de S/40, que te permite el ingreso a una cantidad limitada de lugares, dentro de ellos: Chinchero.
No íbamos a tener tiempo de ir a otros lugares, así que nos convino ese cartón. 
Chinchero ya lo había visitado las dos veces que fui, pero sin duda alguna, es mi lugar favorito del mundo. De lo poquito que conozco del mundo. Felizmente pude convencer a Patty de ir ahí.

Fuimos acompañadas de Elvis, nuestro buen guía. Él nos cobró a cada una S/20 por sus servicios. Fuimos en micro y al llegar, lo primero que hicimos, antes de subir, fue comer el tradicional choclo con queso con su ají de huacatay. ¡Como ese choclo, ninguno!
Llegamos a Chinchero y recorrimos el pueblo. Entramos a la Iglesia y caminamos por todo el campo. Ahí conocimos de árboles, plantas medicinales y leyendas. Al final terminamos echados, descansando entre toda esa paz e inmensidad infinita. Mi tercera vez en Chinchero y cada vez es diferente. Finalmente regresamos en colectivo.
La compañía de Elvis fue lo máximo. Ya les dejo el dato al pie del post por si se animan a llamarlo. 

Regresamos justo para la hora de almuerzo, y como ya estábamos famélicas -y con una apuesta encima-, aprovechamos -o aproveché- y entramos a “Papacho’s”. Hasta el momento nada típico mas que el choclo, ¿no?

Por la tarde fuimos a hacer un tour al Hotel Marriott. Un amigo que vive en Cusco, y que trabaja en el Marriott, me pasó el dato de que todos los días, a las 6 p.m., hacen un tour por las instalaciones del hotel, ya que fue un monasterio importante en su época, y adentro aún se conservan paredes y vestigios de aquel entonces. 
Luego, con otro amigo que también vive y trabaja allá, nos fuimos a “La Casa del Pisco”. Un lindo lugar con unos tragos buenísimos. Fue una linda noche de compartir, recordar y de risas.

                                          Chinchero. 
                                          Chinchero.
                                          Chinchero.

Día 3: Sábado. 
Llegó el día esperado, y por lo que realmente fuimos a Cusco: nuestra visita a “Winicunca” o “Montaña de siete colores”.
La movilidad nos recogió a las 3:30 a.m. del hotel y llegamos a las 7 a.m. para tomar desayuno.
El tour nos costó S/80. Es lo más económico que pudimos encontrar ya que en ninguna agencia bajaba de S/100. Todo estaba incluido (desayuno y almuerzo) menos el alquiler del caballo para ir y volver de la montaña. Si deseas que solo te suba, cuesta S/60, y si deseas que también te baje, S/90.
Si sufren de la columna, rodillas, asma o de algo en general, no se confíen pensando en que solo la subida es dura porque la bajada también lo es. La columna me quedó doliendo unas dos semanas. 
Después de desayunar nos fuimos con destino a Winicunca. El paisaje, como era de esperarse, es espectacular. ¡Qué hermoso es nuestro Perú! 
Después de hora y media a caballo, llegamos. Si vas a pie, son 3 horas aproximadamente. El caballo no te deja en la cima; hay que caminar unos 20 minutos más, aproximadamente. 
La recompensa es ¡increíble! El paisaje, los colores, la inmensidad. ¡Todo! 
Si quieres tomar fotos como esas de Instagram, Facebook y demás redes sociales, debes subir al mirador que está a unos 15 minutos más. En total se sube a más de 5000 m.s.n.m. y no nos dejan estar más de media hora en el lugar.
Tuvimos suerte de que salga el sol, pero de todas formas hay que ir súper abrigados.
Para el almuerzo nos sorprendieron con un buffet reparador. 
Llegamos a la ciudad del Cusco alrededor de las 8 p.m. y moríamos de hambre. Sin fuerzas para nada y mucho menos para pensar, cenamos en la misma trattoria de la primera noche. Por supuesto, no hubo pierde. 

                                          Camino a Winicunca.
                                          Montaña de los siete colores.

Día 4: Domingo.
Solo teníamos media mañana, porque debíamos estar en el aeropuerto al medio día, así que el tiempo nos alcanzó para tomar un exquisito desayuno buffet en el Hotel Marriott, pasear un poco por la plaza, tomar algunas fotos e ir al mercado por café y recuerdos. 

Fueron 4 días que no alcanzaron para visitar muchos lugares pero que fueron suficientes para desconectarnos y recargarnos de esa buena vibra y energía tan especial que solo el viajar nos da. 

Aquí les dejo el dato del hotel y guía:

  • Hotel Casa Campesina. Súper cerca de la plaza, bonito, limpio, con desayuno buffet, personal súper amable, no se siente frío en las habitadas y nos costó por noche $25.
          http://www.hotelescbc-cusco.com/casacam/ 

  • Elvis Marín.
          Guía oficial.
          948031340 / 953410731

                                          Plaza de Armas de Cusco.


miércoles, 11 de abril de 2018

«Recuerdos de cuando éramos felices sin saberlo»


Hace unos días me apareció un recuerdo en Facebook de cuando fui a un primer día de clases, pero por trabajo. Al verlo recordé de inmediato a todas las niñas que vi llegar, abrazarse y gritar de emoción al verse después de poco más de dos meses de vacaciones.

Me quedé con la idea de los más de dos meses de vacaciones y caí en cuenta de que, en mis tiempos, las vacaciones duraban tres meses completos en los colegios particulares y cuatro, en los nacionales. Mi etapa escolar fue muy divertida y especial y la viví en dos colegios.

Mi colegio de primaria fue el Americano Miraflores, que funcionó en una casona ubicada en toda la esquina del cruce de la Av. Arequipa con Av. Angamos. Cada vez que paso por ahí y la veo me invade una nostalgia enorme al ver cómo se está cayendo a pedazos. Y, en mi etapa de secundaria, estudié en el Gertrude Hanks, que funcionaba, también, en una casona, pero ubicada frente a la Clínica Stella Maris, en Pueblo Libre (hoy ya el local es parte de una universidad).

En el Americano estudié desde kinder, antes de empezar la primaria. Como quedaba lejos de mi casa, pasé todos mis años yendo al colegio en movilidad escolar y era, siempre, la segunda que recogían en ruta y la penúltima que dejaban en casa.

Mi colegio de primaria era enorme en tamaño y ¡hasta teníamos casilleros! Eso era algo bien chévere porque en ese entonces no era lo más común y ayudaba a tener rutinas diferentes como llevar menos peso en las mochilas a diario, por ejemplo. Lo que no era nada chévere con esto era que, por no leer el cuaderno de control, te olvidaras los cuadernos y libros en el casillero, no los llevaras a casa para hacer la tarea y tuvieses que correr a primera hora a copiar todo de la mejor amiga. ¡Uf! ¡Cuántas veces me pasó y la hice! (¿O me van a decir que nunca lo hicieron?).

Además de todo eso, el cole tenía una biblioteca grande, como cinco patios (creo) y había de dos a tres secciones por grado. Una gran cantidad de alumnos en total. Ahí se conmemoraba muchas fechas especiales, se hacían olimpiadas, se practicaba mucho deporte y se hacían muchas, muchísimas actuaciones.
Especialmente en las olimpiadas nos dividían por equipos y yo siempre pertenecí al denominado equipo “Einstein” que era color “Yellow” (ya saben, era colegio “americano”). No participaba mucho en los deportes pero en las actuaciones y bailes, sí. ¡En todas y todos, siempre!

Mi mejor amiga en el Americano fue Desireé o Ye Ye, como le digo yo hasta hoy. Ella fue la que hizo la primera fiesta con luces de mi historia y ¡en una discoteca! Luces y discoteca en esos tiempos era como “¡WOW!” porque, además, estábamos ¡en 4to grado de primaria! (doble ¡WOW! solo por eso).

La familia de Ye Ye era socia del club Lawn Tennis y, aquella vez, su mamá alquiló la discoteca para celebrar su cumpleaños. Fue un tremendo tonazo, de 4 p. m. a 9 p. m. Un tonazo de aquellos en el que bailamos todas las canciones de Ace of Base, la famosa “Macarena”, “El baile del perrito” y coronaba la mejor parte de la fiesta cuando ponían la balada de la noche y el chico que te gustaba era justo el que te sacaba a bailar. ¡Qué paja que era eso, en serio! 

Con mi querida Ye Ye pasé todas las vacaciones de mi etapa de primaria en el Lawn Tennis y también en el Club Arequipa, porque éramos tan, tan, tan traviesas que solo por una reja que los conectaba nos pasábamos de uno a otro, siempre. El vigilante ya nos conocía y nos dejaba entrar sin problema. Y otras veces, cuando no estábamos en el club, íbamos caminando hasta Lau Chun para distraernos viendo y comprando stickers.

En mis clases de primaria yo tenía un “grupito”. Por ser alta y por hacer la chacota, me sentaba siempre atrás con María Cristina Cano, Karla Espinoza, Desireé Raposo de Oliveira, Miguel Saba, Carlos Paredes, Jessica Cabrera, Beatriz Lescano, Eittel Ramos, Giancarlo Valencia y por ahí creo que me olvido de alguien más. Como sea, siempre uno de ellos era “mi víctima”.
¿Qué por qué digo esto? Porque como desde aquel entonces yo no veía de lejos definitivamente de uno de ellos tenía siempre que copiar lo que “la Miss” escribía en la pizarra. 

Pero así como recuerdo claramente lo bonito y anecdótico de esa época, también recuerdo lo no tan bonito. Todos los lunes eran, para mí, un completo suplicio por la formación de las mañanas. Esta duraba demasiado tiempo según mi percepción. No sé cuánto exactamente era esto porque, cuando eres pequeño, un año parece la primaria entera y, cuando eres adulto, parece solo un mes.

El tema con esto es que casi todos los lunes me desmayaba. Me bajaba la presión, me daba vértigo y me desvanecía. A veces lograba avisar pero, otras, me desmayaba y ya los que estaban a mi alrededor se daban cuenta por obvias razones. Y esto no solo me sucedía en la formación, sino también en el mercado, en la playa o en cualquier lugar donde hubiera demasiado sol, donde me sintiera demasiado aburrida o las dos cosas a la vez. Recuerdo muy claramente que en el ensayo para mi Primera Comunión me quedé arrodillada y cuando desperté estaba en el despacho de la parroquia siendo atendida por una señora que me hacía reiki.

Nunca supe a ciencia cierta por qué sucedía esto pero debo confesar que, hasta hoy, ya de adulta, me sucede, incluso cuando siento un dolor muy intenso, cuando me cuentan algo muy fuerte o algo que me impacta emocionalmente. 

Como estas podría contar muchísimas anécdotas y ocurrencias más. En definitiva, para mi ¡la primaria fue lo máximo! Pero, acabándola, me llegó un momento difícil, un momento en el que sentí que se me derrumbaba todo: a mi mamá —que fue y sigue siendo padre y madre para mí— no le alcanzaba más el dinero y no podía continuar pagando el colegio, por lo que decidió  cambiarme a uno más económico.

Realmente el cambio me chocó muchísimo porque, aparte de "perder" a mis amigos de media vida, mi nuevo colegio era muy diferente a lo que yo estaba ya acostumbrada. El local era pequeño, apenas tenía un solo patio, media biblioteca, una sección por grado, 2 baños (¡y que eran individuales!). Carecía de muchísimas comodidades en comparación con el Americano.

Sin duda, el cambio fue muy, muy difícil. Hasta ahora recuerdo esas emociones. Todos los días al levantarme le pedía a mi mamá que por favor me llevara a mi anterior colegio porque ese no me gustaba. Pensaba que esa sensación nunca iba a cambiar pero, felizmente —y contrario a lo que esperaba— no duró mucho.
Llegué a mi primer día de clases y decidí sentarme adelante. Como era nueva, llegué utilizando mis lentes de medida, sin ningún roche, para así no verme en la incomodidad de tener que copiar de alguien que no conocía.
Sabía bien que atrás estaba la diversión, pero ¿con quién me iba a divertir si no conocía a nadie? Para mi suerte, ahí adelante, en la carpeta compartida, encontré a mi primera amiga en el nuevo colegio: Silvia Salcedo, alias "Lili" (apodo que le puse años después por “liliputiense” ya que era recontra chatita). Ella era nueva también y no pudo haberme pasado nada mejor para ese inicio que juntarme con alguien que pasaba lo mismo que yo. Nos entendimos súper bien y luego, al poco tiempo, me hice amiga de Carla y Milagros, dos chicas que ya estudiaban en el colegio desde la primaria, juntas. A partir de ahí las cuatro andábamos de arriba a abajo juntas para las clases, los trabajos grupales, los paseos y demás, por lo que terminamos siendo conocidas en chacota en el salón como "el grupito", hasta que acabamos el colegio (hasta hoy nos vacilan así nuestras amigas de la promoción y es el nombre que le hemos puesto a nuestro grupo de chat en Whatsapp, porque no había nada que nos representara mejor).

A Carla y Milagros aún las veo, pero a Silvia ya no la veo más. Terminando el colegio solo nos volvimos a ver una vez más porque luego ella se fue a vivir a E.E.U.U y, estando allá, Dios decidió convertirla en un ángel más para nosotras, el ángel de la guarda del “grupito”. Cada 02 de junio —fecha de su cumpleaños— la recuerdo con el corazón, así como cuando escucho la canción “Don´t speak” de No Doubt, una de nuestras favoritas juntas.

En el Gertrude Hanks las promociones se dividían por nombres de colores y… ¡adivinen qué! Mi promoción era “Amarilla”, tal como la "Yellow" del Americano. ¿Casualidad? ¿Chiste? ¿Brujería? … ¡No lo sé!, pero así fue.

Los salones tenían poquísimos alumnos (al menos para lo que yo estaba acostumbrada a ver, la diferencia era muy notoria). Cuando ingresé al colegio, mi sección tenía 28 alumnos y llegamos a 5to de secundaria siendo solo 13. Éramos de los grupos más revoltosos de la secundaria (a pesar de ser los menos numerosos), tanto así que, en 3ero de secundaria, hicimos que una profesora de inglés renunciara al colegio porque no podía más con nosotros. Sus clases eran un laberinto con esos “diablos” adentro, ¡ja ja ja! En verdad, nos ganaba la travesura y la inquietud, pero jamás la mala onda. Éramos buenos en el fondo pero, en medio de la adolescencia, un poquito difíciles de controlar (solo a veces, créanme…).

Estando ahí, los lunes dejaron de ser el eterno suplicio de la primaria y se convirtieron en días divertidos y sin ningún desmayo más, sobre todo en 5to de secundaria que me tocó ser parte de la escolta. Para mí era una total diversión: primero, porque todos debíamos lograr sincronizar las piernas en los pasos marciales y luego, porque estar parada frente a todo el colegio en medio de la formación sin poderte rascar ni una oreja, se convertía en todo un reto para mi atención que me generaba distracción y cero aburrimiento.

Sin duda, el Gertrude Hanks no tendría todas las comodidades que mi anterior colegio tenía, pero sí tenía ¡talleres y juegos florales! Y a mí eso me encantaba, ¡me fascinaba! Desde que llegué siempre participaba en todo lo relacionado a arte, manualidades y folclore y de esas experiencias tengo un sinfín de anécdotas, historias, chistes y demá. ¡Posiblemente jamás acabaría de contar tanto!

Por ejemplo, recuerdo que en 4to o 5to de secundaria tuvimos un concurso de baile, algo relacionado con gimnasia si mal no me equivoco. El grupo de baile del salón (que estaba casi siempre conformado por las mismas chicas) contrató un profesor para elaborar la coreografía que quedó súper bacán. Pero, al final de la canción, nos sobraba un poco de tiempo y decidimos repetir la última rutina de pasos para completar la secuencia. Todas eligieron hacerla tal cual para no complicar pero yo, por querer “innovar” y ya que iba adelante en el grupo, propuse empezar por el lado opuesto para variarla y hacer que se vea “más bonita”.

Llegó el momento de la presentación, empezó la canción, íbamos súper bien con la coreografía, mil veces más coordinadas que en la escolta hasta que ¡pum!: llega la parte “de la izquierda”, que era la que yo había propuesto. A la mitad de la secuencia me confundí y me quedé paralizada en medio del tabladillo (¡sí, yo, la promotora!). Fiorella –la más loca de toda la promoción— no aguantó la risa y, en medio del escenario, reventó carcajadas, escondiéndose detrás del parlante enorme que botaba el sonido en el patio, mientras que las demás se miraban y se reían sin parar. Ya ni recuerdo cómo, pero seguimos haciendo "algo" hasta terminar.
Fuera del roche, eso fue un real mate de risa, así como cuando en unos Juegos Florales bailamos una danza cusqueña y a Lourdes se le desató la pollera o como cuando Lyla, en otro concurso, cantando su canción elegida de Laura Pausini, se olvidó la letra y tuvo que empezar de nuevo.

Por todo esto y muchísimo más, sin duda alguna —y contra lo que hubiese creído al inicio—, en el Gertrude Hanks pasé la mejor época de toda mi etapa escolar. Pero, juntando todo, ¡qué tremenda experiencia fue para mí la del colegio! Podría contar millones de anécdotas de esos 11 años y aún así me quedaría más y más por deshojar.

Siempre se dice que todo tiempo pasado fue mejor. No puedo decir que eso sea una verdad universal pero lo que sí sé es que, durante mi etapa escolar, tuve algo que ahora siendo grandes buscamos, perseguimos, cuestionamos y nos desesperamos —a veces— por no ver: FELICIDAD.

Definitivamente, para cada quien, cada etapa y recuerdo es diferente pero, desde lo que yo siento con esto, quiero cerrar este extenso post (¡el más largo que he escrito hasta ahora!) recomendándoles algo: cuando sientan que lo que viven en el presente los abruma, dense un tiempo para dejar la mente volar y volver a esos momentos y lugares donde se sintieron auténticamente felices, así hayan sido por años o por unas horas nada más. Recobrar esas sensaciones y emociones y sentir de nuevo eso que un día los hizo felices solo les hará RECORDAR que, si un día fue posible, mañana también puede serlo. 

Halloween 1992.
Colegio Americano Miraflores

Noche de graduación 1999.
Colegio Gertrude Hanks





miércoles, 28 de febrero de 2018

«La magia de la vida»


Este es el nombre del primer libro que leí este año, el primer libro del reto que estoy cumpliendo y que me está haciendo muchísimo bien a todo nivel.

Compré este libro poco tiempo después de volver de mi viaje a Europa, el año pasado. Me llamó la atención la portada, el nombre y el resumen. La historia se desarrolla, justamente, en las ciudades que conocí: Florencia, Roma, Venecia, París, y, además, en Buenos Aires, ciudad a la que fui hace diez años y a la que siempre tengo ganas de volver.

Cuando lo tuve leí solo un par de hojas y luego lo dejé. No volví a tocarlo hasta este año que empecé este reto de leer un libro por mes para el que, en enero, debía retomar un libro que tuviera guardado. Este fue el elegido. Y con esa elección, una vez más me convencí de que las cosas pasan cuando deben pasar y ahora les cuento por qué digo esto.

La historia del libro se compone de dos historias personales que se entrelazan. Una de ellas es la de Emilia, quien terminaba la relación con su enamorado porque él se iba a estudiar al extranjero y ella, por trabajo, también debía partir. Distintos continentes, distintos destinos.
Ya en el viaje, Emilia descubre que estaba embarazada y a su ex poco le importó al enterarse de la noticia. Así fue que continuó su travesía por Europa y, sin buscarlo, encontró una nueva ilusión — específicamente en Italia—, una ilusión llamada Fedele. El amor que ella sentía y el amor que fue capaz de entregarle Fedele fue lo que más me atrapó. Él la amaba sin condiciones, como debe ser. Era un amor totalmente libre y sano porque se basaba en la confianza plena. 

Teniendo poco tiempo juntos, Emilia y Fedele experimentan experiencias y retos muy fuertes como pareja. Esos momentos de la historia hacían sincronía con algo que justamente yo estaba atravesando a nivel personal y, por ende, lo sentí más aún. Ahí fue que confirmé la manera increíble en la que calaba ese libro en mí. Definitivamente estaba escrito: el momento para leerlo era enero 2018 y no febrero 2017. «Viviendo» esa historia aprendí muchas cosas; comprendí, valoré, pero sobre todo reafirmé lo que siempre he querido para mi vida.

Lo mejor de lo mejor con esta lectura fue que, no solo aprendí y revaloré, sino que recordé y reviví mi paseo por Europa con cada capítulo:

A finales del 2016 viajé a Europa para recibir año nuevo. Fue ¡MARAVILLOSO!
Recorrí París, Venecia, Florencia y Roma en 13 días. Ese fue el tiempo suficiente para sentarme a disfrutar cada desayuno, almuerzo, cena, cada paseo, cada café en el camino. Disfruté tanto esos momentos y las caminatas que me quedaron muchos lugares que se «deben» conocer a los que no llegué siquiera, por falta de tiempo.


La primera parada fue en París, lugar en el que recibí el año nuevo, justamente en el Arco del Triunfo. Fue todo un espectáculo a - 4 C°, pero entre tanta gente y con tanta adrenalina, no fue tan terrible.

Leyendo recordé que la primera vez que vi la torre Eiffel fue en el reflejo de la ventana del tren. Vi muchas lucecitas que se apagaban y prendían y cuando volteé, estaba ahí, tan elegante e imponente. Recordé que a sus pies comí buenísimo en una feria navideña, que había mucha música en las calles y me ponía a bailar siempre. Recordé que en Torcello perdí el buque, que llegar al hospedaje en Venecia fue toda una odisea, que en Florencia hice los mejores amigos de viaje y que corrí, reí y me divertí como niña. Recordé que en Italia comí como nunca antes pero, sobre todo, que bebí mucho porque el vino y el espumante son tan baratos y de tan buena calidad que cualquiera puede volverse alcohólico sin problemas (¡jajaja!). Recordé que el último día de mi estadía ahí disfruté sola mi «gran» almuerzo: una pizza «personal», dos copas de vino y un tiramisú delicioso. Luego de tremendo «banquete» regresé al hotel y compré una botella de espumante, subí y en mi habitación me puse a bailar reggaetón. Y, por último, recordé que, a punto de regresar, ya no quedaba dinero para el taxi al aeropuerto por lo que mi amiga (con la que viajé) y yo tuvimos que salir hacia allá a las 7 p. m. y esperar ahí durante diez horas a que salga nuestro vuelo de retorno. 

Recordé esa y mil cosas más pero, sobre todo, recobré y recordé «la magia de la vida», esa que tanto disfruto, en la que tanto creo y la que tanto defiendo siempre. Después de esta enorme experiencia, no me queda duda —y lo diré siempre— de que la lectura ¡da pura vida e ilusión! 

Hago esta semblanza y reflexión sobre mi experiencia con la historia y la sincronía con mi propia vida, no para recomendarles el libro necesariamente —aunque si quieren lo leen y estoy segura que no se arrepentirán—, sino la lectura como práctica. Y si por alguna razón no les gusta y creen que nunca en su vida les gustará, pues no hay problema; tal vez puedan «recomendarle» a alguien el practicar este buen hábito. Créanme que con eso habrán hecho algo muy bueno por la educación de esa persona y le habrán regalado alas mentales que lo acompañarán por siempre.

Ojalá que todo mi relato les haya contagiado, aunque sea un poquito, ya sea del buen hábito de leer, de viajar o de VIVIR. Al fin y al cabo, todas esas son la misma experiencia con nombre distinto.


**Postdata: Adelantándome a su curiosidad, les dejo los datos completos del libro por si les interesa buscarlo en algún momento:
·         Título: «La magia de la vida»
·         Autor: Viviana Rivero